miércoles, 25 de abril de 2012

Letargo


Mi cadáver, como el pequeño portarretratos tirado en el suelo, con su cara de cristal rota y su marco lleno de pequeños agujeros, es carcomido por el olvido y el tiempo. Una luz vacilante que la luna emana sobre el universo, acaricia el terciopelo de la cortina, baila con el viento, y las pisadas de aquel bailoteo lunático pintaban de vez en vez mi brazo derecho, aquel que quedó cerca de la ventana. Ahí está mi cadáver, acariciado por el recuerdo de una vida anterior y devorado por las bocas de insectos hambrientos de piel… y la muerte, hambrienta de almas, pensamientos, caricias y besos. Ya no recuerdo con exactitud quién soy, quién fui o quién seré, ni siquiera recuerdo cómo fue que cerré la puerta. Sólo sé que desperté muerto.
Una dama, de piel blanca y ojos resplandecientes, cuidaba la habitación que era tragada por la espesa neblina de la incertidumbre. Nos observábamos mutuamente. Sé que ella sabe todo de mí, yo sólo sé de ella que parpadea de vez en cuando. Hasta que llegó la noche —todos los días eran de noche—, en que ella se deslizó por la espesa neblina que nos rodeaba y, con un silencio que estremecía hasta la sangre de los dioses, habló dulcemente en mi pensamiento. Dijo, con elegancia, que había que levantarse y no quedarse dormido en los laureles que crecerían en este olvidado lugar. Sentí, por primera vez en mucho tiempo, mi helado aliento.
Nunca es fácil despertar de la muerte, pero ahí estaba, justo en el momento de un final que comienza. Incorporado, me dirigí hacia la puerta, sólo para ver que el mundo seguía siendo tan devastador, como aquel inmenso letargo. 

jueves, 20 de enero de 2011

Sobre las durmientes.

Des-pier-ta... des-pier-ta... des-pier-ta...

Escucho una voz al final del letargo, pero, no es la voz de siempre. Aunque ella quiera huir de mí o yo de ella, es la que siempre existirá en la maraña mental. Pareciera que la vocecilla que me acompaña se ha quedado dormida. Debajo de un árbol, o sobre un meteoro, duerme tranquilamente para volver con más inquietud que antes.

Des-pier-ta... des-pier-ta... des-pier-ta...

Los ojos comienzan a moverse repetidamente debajo de los párpados. Dulces, húmedas y bruscas borrascas alborotan mi cabello sobre el sólido y frío hierro.

Des-pier-ta... des-pier-ta... des-pier...

Abro los ojos. Cara al cielo. Veo un desfile desorganizado de nubes grises que se mantienen firmes para no ser desmenuzadas por los vientos. Ellas derraman su dócil lamento sobre el mundo y también sobre mi rostro.
Débil, giro mi cabeza y veo ahora un desfile de arbustos mojados que pasan rápidamente ante mis ojos... veo uno, desaparece de mi vista, y deja de existir.

El sonido incesante de las ruedas de hierro sobre las durmientes.

Levanto mi pecho y aferrándome me siento. lucho con fuerza para no ser derribado por el aire contra el que vamos.
Veo hacia adelante y hay una gran serie de vagones. Veo hacia atrás y otra gran serie de vagones. Si no fuera por el aire, que hace mi pelo bailar horizontalmente, como una bandera izada, no sabría a qué dirección vamos, pues, por momentos, todo pareciera una misma fotografía... atrás, adelante.

Pasamos un letrero con algunos símbolos que no puedo interpretar... de igual manera, no tuve tiempo para verlos detenidamente... no sé a dónde va el convoy.

El sonido incesante de las ruedas de hierro sobre las durmientes.

Extiendo mis brazos y cierro los ojos, dejando que el aire se funda en mi cuerpo. Aire, silencioso ruido estrepitoso que entra en mi respirar y me envenena con suave naturaleza.

La velocidad disminuye y la agitación del tiempo queda atrás. Las ruedas de hierro comienzan a vociferar... pareciera que quieren despertar a las durmientes. Pronto, todo se detiene. Ninguna estación a la vista, solamente, un arbusto de menor o igual tamaño a los demás... triste y mojado, que existirá por más tiempo que los demás.
Bajo del furgón y toco la tierra que parece niebla.

Un fuerte silbido indica la partida del tren. Las ruedas crean un horrible sonido al luchar por moverse y pronto dejan de gritar... lentamente, parte el tren, silbando y silbando, y temblando y temblando, sacudiendo la tierra de neblina. Veo uno a uno, hasta ver el vagón de cola, el último de ellos.

El sonido incesante de las ruedas de hierro sobre las durmientes se aleja poco a poco.

No despego la mirada del interminable tren. Solo, con el arbusto, con la borrasca, el cielo gris, y el aire mojado...
El tren, a lo lejos, despega sus ruedas del suelo... es, una oruga que brinca, que se convierte en una mariposa de hierro. Vuela por las vías del cielo.

Suspiro. Veo el arbusto, y me siento a su lado.

miércoles, 16 de junio de 2010

Germinación inmaterial

Acostado en el solado, lugar donde edifico mi quietud, con la cabeza recargada sobre mis manos acunadas, Dormito. Sueño un aroma agradable, donde duermo para nacer, asi puedo quedarme en un lugar en que exista una tranquilidad perturbadora, donde luz y oscuridad, el silencio y mi voz, me dejen ciega mi mente, haciendome olvidar trago a trago de mis recuerdos, emociones y sentimientos; Un placer onírico en un auge rodeado de un bello celaje. Y, donde a veces, y sólo a veces existe la felicidad para que después... —Despierta— ¡maldición! he despertado para morir vivo.

Entreabro los ojos y la vista se esclarece despaciosamente. empujando el suelo con una mano, incorporo mi cuerpo, y echo la cabeza hacia atrás, y me encojo de hombros, levanto los párpados mirando hacia arriba, y en un instante, cierro intensamente los ojos y al abrirlos, en el cielo, una nube me acecha —¿Tú la creaste?—. Desde lo más profundo del cielo, una gota tiene mi nombre y cae vertiginosamente sobre mi mejilla y tan pronto me deja ésta, cierro los ojos y junto las cejas hacia arriba al sentir su colisión. —La chiribita baila sobre tu mejilla— la migaja de agua sigue los senderos que han dejado las lágrimas. Ahora es una lágrima, mía y de la existencia, ella y yo lloramos a la par —pronto reiremos al mismo ritmo armonioso—.

Sostengo la lágrima con las yemas de los dedos, la contemplo. Busco y encuentro una vaga damajuana en la cual siembro la pequeña pizca en el interior del vidrio, pronto crecerá, como un árbol, y brotarán cientos de gotas; —será una lágrima que llora.—

Dejo el cristal en el lugar que yo reposaba. —nuestro sueño cosechará a la pequeña mujer—. me levanto, meto mis manos a mis bolsillos y me dirijo a la única puerta del pasadizo. La abro. Del otro lado está el camino deseoso de ser pisado y quebrantado.
Miro de soslayo la puerta que ahora está clausurada. Bostezo. Pierdo la mirada en el suelo mientras reanudo la marcha.
—¿entramos o salimos?—

miércoles, 2 de junio de 2010

descanso

En algún tramo de mí éxodo —nuestro, no te olvides de mí— me quedo, por ahora, sin pensamientos. Cuidadosamente busco un lugar donde puedo abigarrar los pensamientos. Mudez en la brisa cósmica elegante. Me recuesto en el lecho de una estrella y me quito los zapatos con poca suela. Aprieto los pies y quejumbrosamente truenan los dedos. Sin pensarlo —lo piensas, te das cuenta— rasco la superficie del astro y dejo caer brillantina sobre las mejillas del sidéreo.

Te visualizo en el cuerpo del silencio. Un breve chasqueo de mis ojos,y una pizca de lágrimas van encima de mí, extendiéndose e imitando un espejo. Me doy cuenta que dentro del espejuelo hay un ayer. Pronto, observo que estoy asediado de más cristales del sollozo, y en cada uno hay un ayer distinto. Mis cabellos quieren correr y mis ojos vociferan gritos, Un espejo se desmorona, seguido de otro, y de otro y otro... hasta llegar al último otro. Los vidrios son legíbles —yo no veo nada—. Me seco los húmedos pómulos con el dorso de mi mano y con la otra tomo uno de los vidrios. lo pongo en la piel estelar. Tomo otro pedazo de vidrio, y otro, y otro... hasta llegar al último otro. Como rompecabezas, trato de embonar los fragmentos. Es imposible, —pierdes el tiempo, el ayer perfecto no existe— taciturnamente desisto. Echo un soplido a las boronas de vidrio haciéndolas volar y perderse en el mar sideral.

Me pongo los zapatos con poca suela, me pongo en pie. Suspiro cerrando los ojos. Balbuceo algo —¿Otra vez su nombre?—. Diviso el camino y sigo con la marcha. Soy un caminante que pretende llegar a... Sólo, soy un vagabundo que divaga... —¿Un Divagabundo?—.

Comienzo

Me acerco a la puerta.
. —¿A dónde iré, me preguntas? no sé, lejos, donde no exista el tiempo, el espacio o materia alguna... o antimateria.
Pongo mi mano en el picaporte y abro la puerta. Jamás vi el exterior de tal forma, a travez de ésta entrada y salida, figurado a un difícil gaznate de la habitación. Pongo un pie afuera.
. —Esto es una encerrona.
Mi cuerpo flaquea, el viento me arrastra por completo al descolorido mundo lleno de colores. observo furtivamente hacia la habitación.
. —Si preguntan a dónde fuí, solamente diles que, me largué a la luna a bailar y a pintarla de sangre.
Cierro la puerta, dejando dentro una vaga ilusión que no se llevo a cabo. Meto mi mano a mis entrañas y dejo el corazón a un lado del portón.
. —A donde voy, no me sirves.
Miro por última vez aquella acribillada víscera. Le doy la espalda. Comienzo a subir por una escalinata de nubes a la bóveda celeste.